El Celta si supo ganar en la primera jornada (2-1) | VIDEO-RESUMEN + GOLES
El Celta de Claudio ha convertido algo tan complicado como darle la vuelta a los partidos en Balaídos en una bonita rutina. Parece el tradicional boxeador que no entra en combate hasta que recibe el primer golpe directo del rival y entiende que tras el segundo no podrá levantarse de la lona. Los vigueses acabaron en la primera jornada de Liga con la maldición que les perseguía desde hacía diez años. Ayer también estuvieron a punto de desencadenar el gatillazo ante un Alavés más básico en la forma de plantear el partido, pero con las ideas mucho más visibles.
El Celta fue una calamidad hasta que el banquillo puso orden con los cambios del descanso, el equipo subió una marcha física y mentalmente y el talento diferencial de un chaval de apenas veinte años apareció para demoler el castillo de Luis García Plaza. Dos destellos de Williot destrozaron al Alavés para confirmar que no hay arma más desequilibrante en el fútbol que el talento.
Hasta la aparición de Williot el partido amenazaba historia de terror con Kike García en el papel de muñeco diabólico. No hubo muchas diferencias entre el Celta de la primera parte de ayer con el que abrió la temporada hace un año ante Osasuna. Suena tan horrible como fue. Misma ventaja de arranque y terriblemente incómodo de progresar por las propias restricciones (es un calvario ver a la plantilla intentar sacar el balón desde atrás con Starfelt) y por el hecho de que el Alavés no dejó girar ni una sola vez a Bamba, Aspas o Douvikas (que se pasó más tiempo en el suelo que de pie ).
Para completar la pesadilla, el partido pudo irse al alambre en el minuto 6 después de que un encontronazo entre Aspas y Antonio Blanco acabara con tarjeta roja para el jugador moañés. Quintero González, debutante en Primera, quiso presentarse en sociedad a lo grande y el delantero céltico le dio el pretexto especial con un movimiento innecesario de su brazo sobre el cuello del rival. El VAR apareció en escena para pedir más escrutinio y el árbitro sacó tarjeta amarilla por el movimiento de Aspas. Aunque la expulsión fue excesiva a la vista de las imágenes, el gesto del delantero del Celta fue absolutamente irresponsable. Sólo hubo un problema.
Una vez solventado ese primer contratiempo, no tardaron en llegar otros. La torrija generalizada que sufrió el equipo de Claudio, inútil para llegar a la portería contraria, se hizo mucho más evidente en la jugada del gol del Alavés. Los muñecos de goma con caritas sonrientes que se utilizan en los entrenamientos para ensayar los tiros libres habrían defendido la jugada con mucha más intensidad. Antonio Blanco recibió un balón en la línea de medio campo y se paró un momento a contemplar el paisaje. Sólo faltó que el despeje de Kike García a la espalda de Carlos Domínguez se comunicara por megafonía. Nadie del Celta se movió para detener lo que se avecinaba. Damián se quedó petrificado delante de Blanco, Carlos tardó en ver el movimiento de Kike e Iván Villar, que quizá pudo anticiparse, permaneció anclado a la portería.
El gol demostró que el Celta no estaba en el partido. Ni el físico ni la cabeza. Una absoluta vulgaridad que no ayudó a la resolución de Claudio de intercambiar a Hugo Álvarez y Mingueza en las bandas. Sólo en el tramo final del primer tiempo, cuando el Alavés acusó el cansancio y bajó la presión, encontró una opción a la espalda de Carlos Vicente. De ahí llegó la mejor jugada del Celta, justo antes del descanso, tras una combinación entre Bamba, Douvikas y Aspas que acabó en un golazo, pero el fuera de juego semiautomático fue anulado por apenas un centímetro (si queremos tecnología, hay que aceptar sus cosas).
Claudio dio una sacudida al Celta al inicio de la segunda parte. Varió su defensa (Javi Rodríguez y Jailson entraron por Starfelt y Manquillo) pero sobre todo mandó al campo a ese ser de luz que es Williot Swedberg por Bamba. El sueco (que, no lo olvidemos, es más joven que todos los canteranos que acaban en el primer equipo) es ese tipo de jugador que se mueve mucho por donde es difícil detectarle y que desordena al rival que nunca sabe quién debe marcarle.
Antes de que Williot entrara en acción llegaron los mejores minutos de Douvikas, que tuvo un mano a mano con Abqar y encontró su hábitat ideal cuando el Celta empezó a correr al espacio y a alejarse de la imagen monótona de la primera parte. El Celta subió el ritmo y el Alavés se vio desbordado por momentos. El Celta mejoró en todo y más con la entrada de Ilaix, que dio al centro del campo la intensidad en los duelos y la llegada que no había tenido hasta ese momento. Y entonces, en medio de una de esas cargas, Williot encontró un balón cerca del área, encontró el espacio con inteligencia y soltó un disparo fulgurante con el exterior de la bota que se incrustó cerca de la escuadra derecha de la portería de Sivera. Hoy esa bota debería estar en el museo del club.
Rara vez el empate hizo daño al Celta. Luis García Plaza realizó una serie de cambios que le dieron más profundidad y agilidad y los vigueses, en su afán por conseguir el segundo gol, cometieron graves errores que dejaron a los vitorianos tres veces en uno contra uno con Iván Villar. El Celta salió milagrosamente vivo de esa situación (buena puntería y alguna corrección del notable Javi Rodríguez) y a falta de seis minutos para el final encontró de nuevo a Williot.
Mingueza le encontró y el sueco colocó un balón de oro al primer toque a Iago Aspas, que apuntó a la cabeza del portero con la esperanza de que Sivera le batiera, como así fue. Así se consumó la remontada, la primera de la temporada. Claudio dio entrada entonces a Borja Iglesias para llenar las celebraciones y para que el delantero utilizara su ritmo de trabajo para ganar tiempo y controlar la escena durante los minutos finales, esos que al Celta siempre le cuesta jugar. Pero el delantero se metió al Alavés en el bolsillo y se lo llevó a la grada.