Locura en Balaidos! El Celta empata al Barça, tras ir perdiendo por dos goles a 6′ del final (2-2) | VIDEO-RESUMEN + GOLES

El profundo y evocador sonido del karnyx de Abraham Cupeiro que protagonizó los minutos previos al partido no dejó de sonar en los corazones de los jugadores del Celta durante toda la noche. Pese al 0-2 (tan alto con el Barcelona como injusto con los vigueses) no dejaron de sentir esa llamada a la guerra y a la defensa del campo para rescatar un punto y rozar en el descuento una remontada que hubiera puesto patas arriba un Balaídos entregado y orgulloso de la fe con la que el Celta protege su destino.

El justo premio para un equipo valiente y descarado que miró a la cara al Barcelona y confirmó que siempre prefiere ofrecer un paso adelante que uno atrás. Los goles de Alfon y Hugo Álvarez en los últimos diez minutos, justo después de que el Barcelona se quedara con diez hombres por expulsión de Casadó, hicieron justicia a un Celta liderado por la mejor versión de Ilix Moriba y que ni por un momento se resignó a su suerte a pesar de que durante toda la tarde los detalles estuvieron siempre y en todo momento en su contra.

Era un día importante para el Celta, pero también para Claudio, que se enfrentaba a uno de sus mayores retos como entrenador. Y el técnico porriñés volvió a salir triunfante por la imagen ofrecida por su equipo y por la mala noche que brindó al Barcelona. El fuera de juego de Flick, ese «prodigio» que había hechizado al fútbol español, fue un juguete para el Celta, que siempre y en todo momento encontró la manera de correr a espaldas de los defensas del Barcelona. Claudio consiguió que su equipo comprendiera la necesidad de no precipitarse y de buscar a los jugadores que el Barcelona no esperaba. Por eso hubo menos balones directos en busca de Douvikas o Aspas. Beltrán y sobre todo Moriba -inmenso en la construcción y en los desmarques de ruptura- tuvieron una actuación espectacular. A través de Bamba, el Celta empezó a generar situaciones muy claras en el área del Barcelona. Pero una vez más, como ocurrió ante el Atlético de Madrid o el Real Madrid en Balaídos, su falta de acierto le impidió hacer virtud.

Todo lo contrario en la situación del Barcelona, que acertó en la primera que tuvo para castigar el extraño regreso de Mingueza a la banda izquierda. Fue la solución más novedosa de Giráldez y, con mucho, la más discutible. En el primer balón a su espalda todo se vino abajo. Koundé lanzó un balón y el defensa catalán midió mal el bote y la dirección del esférico. Luego, desesperado por enmendar su error, cayó como un juvenil sobre el recorte de Raphinha que le sentó antes de cambiar su disparo al lado del poste derecho de Guaita. La vieja regla de los grandes equipos, que a menudo van ganando partidos sin saber muy bien cómo.

Ocasiones en el limbo

El gol no hizo mella en el ánimo del Celta, que siguió fiel a su plan. Casi siempre desde la banda izquierda (por la derecha se reservó Hugo Álvarez para su momento estelar) llegaron las ocasiones, pero fallaron de forma triste. Errores de puntería y una mano prodigiosa de Iñaki Peña, como en ese disparo de Ilaix Moriba desde fuera del área. Antes, Iago Aspas falló un remate incomprensible con todo a favor; Bamba disparó desviado; Hugo Álvarez también falló… Y entonces, para que a la entretenida velada no le faltara de nada, apareció en escena Soto Nivel. En una carga exclusiva del Celta sobre el área del Barcelona, el árbitro riojano pitó un claro empujón a Iago Aspas. E inmediatamente antes del descanso, perdonó una segunda tarjeta amarilla al joven lateral izquierdo Gerard Martín. El árbitro sufrió un ataque de cobardía y con la mirada perdida desoyó las manifestaciones de los jugadores vigueses mientras Balaídos estallaba de indignación. Hansi Flick agradeció la segunda oportunidad y dio entrada a Fort para calentar y cambiar al lateral en el descanso para asegurar la paridad numérica.

Al Celta le costó remontar en la segunda parte. Tampoco fue un mal plan para los de Giráldez, que estuvieron a punto de empatar la tarde. Su portería parecía estar a buen recaudo. Por el hecho de que Guaita estaba tranquilo, en el rival menos exigente, bien protegido por el increíble juego de Javi Rodríguez, Starfelt y Marcos Alonso. Pero el Celta volvió a enredarse innecesariamente. Lewandowski aprovechó un monstruoso regalo primero de Mingueza (penalizado con su situación en la izquierda) y luego de Starfelt, muy blando en el cruce cuando tenía todo a favor para despejar. El polaco, que más allá de su cuerpo de estibador da soluciones de una finura pasmosa, se quedó delante de Guaita y le batió por bajo. Todo parecía medio decidido, pero el Celta insistía en busca de ese gol que reavivase sus esperanzas. Por el camino, se desorganizó un poco al querer correr demasiado, lo que permitió al Barcelona hacer alguna transición y estuvo cerca del tercero con un disparo de Raphinha que se estrelló en el poste.

El Celta necesitaba un gol. Lo tuvo Alfon (uno de los propósitos que encontró Claudio para reactivar al grupo) y poco después fue Hugo Álvarez el que falló un claro mano a mano con Iñaki Peña. Parecía la última oportunidad de meterse en el partido. Pero cuando Casadó fue expulsado por frenar a Ilaix en un despeje, el Barcelona se volvió loco con menos de un cuarto de hora por delante. Koundé se enredó con un balón y Alfon, ejemplar en su fe, aprovechó para marcar casi a placer. Era el minuto 83 y parecía que aún quedaba toda la noche por delante. Se abría una nueva área. Para que el momento fuera aún más teatral, bastaba con que Cupeiro estuviera al fondo animando el partido, soplando fuerte su karnyx. Pero en el subconsciente del público y de los jugadores resonó con su fuerza. Incluso los jugadores del Barcelona sintieron que algo oscuro se cernía sobre ellos.

En medio de la disparidad el Celta produjo otra magnífica jugada llena de paciencia y sangre fría que Hugo Álvarez culminó exquisitamente tras sentar a un rival y batir por bajo a Peña. No había hecho un buen partido con el balón (su esfuerzo fue incuestionable), pero en el momento definitivo tuvo la calma para explotar ese instante. Balaídos no se lo creía hasta el punto de que el 2-2 parecía poco en ese momento y la grada exigía una carga mucho mayor. Llegó, pero el taconazo de Borja Iglesias se quedó en las manos del portero blaugrana. De haber entrado, nuestros antepasados célticos se habrían levantado de su descanso para gritarlo.