Sinner se alza con su segundo Grand Slam, tras vencer en el USOpen (6-3, 6-4, 7-5) | VIDEO-RESUMEN
Jannik Sinner sabe que la sierra acabará haciendo efecto, así que procede a aplicar punta tras punta, volviéndose gradualmente más incisivo a medida que su brazo se calienta y el metal se clava agresivamente en la madera: raca-raca-raca-raca-raca-raca. Más y más y más y más y más. Bolas y bolas mucho más pesadas que se convierten en serrín hasta el momento en que Taylor Fritz, el tronco en cuestión, se abre en 2 y acaba cediendo a la acción cortante de esos dientes que deciden la final de Novedosa York, donde todo acaba como empezó hace un par de semanas.
Pecador, principio y fin, el epicentro de este torneo que comenzó con la foto del italiano (6-3, 6-4 y 7-5, en 2h 15m) y que se cierra exactamente igual, salvo que en ese momento él, el nombre de la discordia estos días, levanta los brazos victorioso y no cambia el gesto; sin excesos, en esa línea inalterable. Siempre equilibrado. Ahora tiene dos enormes, por cierto.
«Este título significa mucho para mí. El último intervalo de tiempo de mi carrera no ha sido nada fácil , pero mi aparato y el público cercano siempre me han apoyado. Amo el tenis», dice el ganador, saliendo de la pista, ya coronado, antes de que Andre Agassi le entregue el premio y él reciba un impresionante cheque (3,2 millones de euros) que ni siquiera le cambia la cara. Se acuerda de su tía enferma, porque se está dando cuenta de que más allá de las pistas «hay una vida», y quiere que todos estén «sanos». Y se emociona y valora por encima de todas las cosas: «No lo he hecho mal, me he ido asumiendo día a día. En este torneo me he dado cuenta de lo importante que es la fortaleza mental».
Así de caprichoso es el deporte. Ni Carlos Alcaraz, ni Novak Djokovic, ni Daniil Medvédev ni Alexander Zverev. Tuvo que ser Sinner, el joven que llegó a la ciudad de los rascacielos en el disparadero y justificándose, alegando su inocencia y asegurando que lo había pasado muy mal durante los últimos cinco meses, quien hiciera top en esta edición un tanto anormal, a la que los jugadores llegaron fundidos por toda la lucha del año y que prácticamente a las primeras de cambio perdió a 2 de los grandes atractivos. Por un lado Alcaraz y Djokovic, también eliminados ambos -ev, todo apuntaba irremediablemente al número uno y éste ha completado una línea recta, sin mayores sustos que los sufridos sólo por poner un pie en el torneo -sólo un equipo cedió, el primer día ante Mackenzie MacDonald- y excepcionalmente concentrado.
Esta victoria no será recordada como un pasaje al almacén, sino como un curso resuelto con cloroformo y buen hacer, probablemente porque quizá era lo que había que hacer, dadas las circunstancias. Desde el momento en que el español y el serbio abandonaron en la primera semana, ya mentalmente sobresaturados de tanto kilometraje y tanta emoción, Sinner supo que el éxito dependía esencialmente de su cabeza y de mirar exclusivamente hacia adelante, sin caer en la tentación de girar el cuello hacia lo que pudiera expresarse desde fuera. Se trataba, por tanto, de caminar a buen ritmo y no detenerse, de no fallar y de evitar dar al coco o despistes mentales innecesarios. Se trataba de entender cómo capear el temporal.
La investigación determinó que el rastro de clostebol -un esteroide anabolizante contraindicado por la Agencia Mundial Antidopaje (AMA)- en el análisis de marzo fue accidental, pero el indicio de la sustancia es ineludible en este raro presente del campeón, que ante la ansiedad apretó los dientes, se selló y se dedicó esencialmente (y también inteligentemente) a divertirse. Y ahí, ya en la pista, poca discusión. Un rival de granito que despachó las rondas con trabajo y seguridad. También esta final que discurre plana, sin giros ni emociones, según el tono competitivo empleado por el vencedor. Tarde satisfactoria en Flushing Meadows y una máquina en la línea de fondo, metiendo cada vez más bolas y aumentando el ritmo lo justo y necesario para el bien de Fritz, bravucón en el preámbulo – «siento que voy a ganar, disfruto del momento cuando juego contra él», dijo-, rendido sin más. Luego pedirá perdón.
Andy Roddick, el último (hombre) local en levantar el trofeo en Arthur Ashe, observa desde la grada. Eso fue hace 21 años, en 2003, y el compatriota que aguanta a duras penas ahí abajo poco más puede hacer. La lógica es aplastante. «¡USA, USA, USA!», se entona desde la grada para ver si el partido gana algo de picante, un poco más de chispa, si revive su jugador. Hay un arrebato final, un toma y daca de descansos, reducido a un aperitivo pasajero. En el aséptico intercambio de pelotas al que asiste el central, tan poco apasionado uno como el otro, prevalece el sólido ejercicio del italiano, que niega al estadounidense los escasos momentos en los que éste (26 años y séptimo del mundo) le pone realmente a prueba. Todo va en una misma dirección y nada cambia. Fritz es un jugador interesante, un buen jugador, pero en su primera gran final paga caras sus imprecisiones.
Al final del episodio, Sinner muerde la toalla, abraza a su familia (¡bravo, bravo!») y repasa una temporada espléndida en la que ha añadido a su casillero los dos primeros majors -de los muchos que probablemente vendrán- y en la que hasta ahora ha hecho pleno: una victoria por cada final. Son seis trofeos, los de Australia, Rotterdam, Miami, Find, Cincinnati y Nueva York, y 35 victorias sobre pista dura que le convierten en el mejor sobre cemento. Destaca de nuevo su regularidad -alcanzó en todos y cada uno de los campeonatos que ha disputado (12) al menos los cuartos- y la celebra como la segunda tenista de su nacionalidad en lograr la cima en el barrio de Queens, tras el éxito de Flavia Penetta en 2015. Solo 4 tenistas habían logrado enlazar el mismo año Australia y el gran estadounidense: Mats Wilander (1988), Roger Federer (2004, 2006 y 2007) y Novak Djokovic (2011, 2015 y 2023). De momento es él, mano a mano con Alcaraz. En 2024, dos y dos cada uno.
«He conseguido muchas victorias esenciales esta temporada, empezando por Australia, donde jugué muy bien y eso me ha dado mucha confianza hasta ahora. Pero el trabajo nunca se detiene. Sé que todavía puedo prosperar», afirma, disciplinado hasta la exageración y también inconformista; »hay que estar orgulloso de lo que uno tiene. El resto, hay que ir a por ello y trabajar».